Hoy es uno de esos días en los que tod@s l@s salvadoreñ@s tienen cara de bolivian@s. Y el sol se frota en la nostalgia, transformando más los rostros, pero sin joder el mío al chocar con el parabrisas.
Es uno de esos días en los que pensás que nada sería igual sin el tarado que te cruza por la derecha a 80 por hora en una calle con mil salidas y entradas.
Y pensás que todo está bien así, con agua sólo durante medio día, con un resfriado que te puede costar 100 dólares, con la factura de la luz que pasa los 20, como si nada, cada mes; con una ley que anda probando para ver cómo cortarnos las últimas pocas libertades que nos quedan (aunque jamás puedan quitarnos la más importante de todas: pensar. Ni siquiera Goldstein).
La felicidades es tonta y egocéntrica. Olvida a tod@s y dura apenas cuatro párrafos. Pero está ahí y hay que disfrutarla. Con la nube tapando el volcán, con los semáforos que de pronto colaboran, con la mara que acompaña, con esta sonrisa tonta que no se quita ni con todo el humo de caño de escape de todos los buses del mundo.
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